Locales Sociales

El fantasma desconocido, por Jorge Rafael Madrid Mejía

Desde que tengo memoria visito la tumba de mi abuelo en el panteón. Nunca lo conocí pero sólo sé que en vida fue un gran hombre y son esa clase de personas que se les respeta en vida, y en muerte.

Así que, como buena tradición familiar, mis papás y yo vamos todos los años en día de muertos a dejarle flores.

Es algo que me relaja, ¿saben? No hay forma de describirlo, pero ir es algo que me hace sentir bien conmigo mismo.

En fin, cuando íbamos, yo siempre me tomaba al menos cinco minutos para visitar una tumba muy en específico. Estaba abandonada, y jamás había visto que alguien la visitara.

La veía descuidada y no creo que alguno de sus familiares quedara vivo o tuviera tiempo para ir a verlo, así que, luego de visitar la tumba de mi abuelo, visitaba la de él y hablábamos.

Fue un hombre que murió en el 74, a la edad de 63 años. Le hablaba de chicas, de mi escuela, de mi familia, incluso le conté sobre mi primera cerveza.

Para mí era una tradición.

Lo comencé a visitar cuando yo tenía quizás unos diez años. Me hizo sentir en verdad mal que alguien no recibiera visitas en su tumba y quería solucionarlo.

Un día, debían de ser las dos de la tarde, no tenía nada que hacer, estaba solo en mi casa, y bien me constaba que mis padres estaban trabajando y no llegarían hasta dentro de un par de horas después.

Decidí dormirme en el sillón de la sala, dejé la televisión prendida porque no pensé que me fuera a dormir tan rápido. Sólo cerré los ojos y me dije que la apagaría en cuanto comenzara a sentir sueño.

Odio cuando la televisión se queda prendida y el que la prendió duerme. Me desespera de sobremanera, y que me pasara a mí, era aún más frustrante. Pero así pasó, me quedé dormido viendo una película y todavía recuerdo entre sueños las palabras de los actores.

Fue bastante raro, estaba dormido pero, sentía todo a mí alrededor. Si se hubiese abierto una puerta, la habría sentido. Así me sorprendí cuando un suave soplido acarició repentinamente mi rostro.

Ya marcaban las 3, había dormido una hora y todavía nadie llegaba. No había nadie en la casa, ninguna ventana estaba abierta, no había siquiera aire ese día (lo cual es raro porque los aires en Chihuahua son casi tornados).

Uso dos controles para la televisión, uno para prenderla y otro para cambiarle de canales. Recordaba perfectamente haber tenido un control debajo de mi esbelto y delgado estómago, y el otro control lo tenía en mi mano derecha.

Eso al dormirme, pero al despertar, estaban en la mesita del centro de la habitación… perfectamente acomodados.
Algo que yo no hago porque siempre los dejo donde caigan.

Grité: ¿Papá? … Nadie contestó.
¡¿Mamá?! … Estaba solo.
Corrí al teléfono y les llamé a ambos. ¿Viniste a la casa?
No, todavía estoy en el trabajo. Me respondieron.

Nadie había venido mientras yo dormía.

¿Quién había apagado la tele y acomodado los controles? Más aún, ¿qué había sido ese soplido en mi rostro?
Supe, sólo supe que había vivido una experiencia fantasmal. Pero, no me sentía intranquilo, ni asustado. Al contrario, era como si alguien estuviese preocupado por mí, y hubiese apagado la televisión mientras dormía.

Dos semanas después fue el Día de los muertos del 2016. Y era día de tradición. Desde muy temprano mi familia y yo nos bañamos, vestimos, desayunamos, y fuimos al panteón a visitar a mi abuelo.

Luego de limpiar y dejar flores en su tumba, decidí ir a visitar a mi amigo. Le contaría sobre lo cansado que estaba de mi trabajo y más que nada a saludarlo.

Caminé hasta la tumba que estaba como a 50 metros de la de mi abuelo, pero al llegar, vi con gran tristeza que donde estaba, ahora había un gran hoyo. Habían sacado el cuerpo.

Me quedé ahí parado por un par de segundos, decepcionado y auténticamente triste.

Cuando me di la vuelta para irme, sentí un suave soplido acariciando mi nuca y espalda. La misma sensación de tranquilidad me inundó.

Supe que era mi amigo agradeciéndome y diciendo un último adiós.