Nuestro alegre reportero salió a las bibliotecas de Chihuahua para cumplir un objetivo y sólo un objetivo: comprender el estilo de vida del guerrero espartano… ¡Esto es Esparta!
Antigua Grecia. Año 450 a.c. Una pequeña ciudad-estado se transforma en la mayor potencia militar de todo el territorio griego formando a los guerreros más duros y mejor adiestrados de la historia: los espartanos.
Pero ¿cómo se transformó Esparta en la mayor potencia militar de todo el territorio griego? Todo fue gracias a su educación tan estricta.
Al nacer, los bebés eran inspeccionados por un anciano. Se buscaba defecto físico alguno que convirtiera al niño en lo que ellos consideraban “una carga para la ciudad”. Si encontraban algún defecto, se les arrojaba de un barranco.
Está bien, sobrevivías a la inspección, ¿luego qué? Crecían y durante los primeros años se les enseñaba sobre su cultura, leer, escribir, hablar, y al cumplir los siete años, a los varones se les encuartelaba y adiestraba como futuros soldados.
Los ejercicios que practicaban día a día iban más allá de lo cruel.
Les hacían pasar hambre y frío, corrían kilómetros estando descalzos, eran abandonados en el campo para aprender a sobrevivir, los entrenadores promovían peleas entre los niños para así endurecerlos y se les enseñaba a no llorar. Muchos por supuesto no sobrevivían…
Quienes visitaban Esparta, viajeros, filósofos o comerciantes, coincidían en que era la sociedad más cerrada y estricta de la Antigua Grecia. Allá donde sólo obtenía una lápida con su nombre la mujer que moría dando a luz o el soldado que moría en batalla. Allá en una parte de Grecia donde los niños le pertenecían al Estado y no a sus familias. Allá donde se consideraba una deshonra huir en la batalla. Allá donde se comía el famoso platillo “caldo negro”. Así era Esparta.
Tenían un ejercicio, un ritual si así se le puede llamar, muy digno de su cultura guerrera: ataban a dos niños a columnas diferentes, y un espartano mayor les daba latigazos. El primero en desmayarse, perdía y era humillado. A metros de las columnas había gradas y familiares de los niños estaban ahí para apoyarlos gritándole a su favorito “No te desmayes”.
No era de sorprenderse que los espartanos fueran los guerreros más duros de la historia. Esa reputación sería puesta a prueba en la batalla de Termópilas, donde estaba en juego el futuro de la civilización griega…
Hay que recordar que hace 2500 años Grecia no era una nación unificada. Estaba formada por ciudades-estado como Corintia, Atenas y Esparta. Cada una con sus propias leyes y sistema de gobierno. Y todos ellos vivían a la sombra del inmenso Imperio Persa, que se extendía por lo que hoy es Turquía, el norte de Egipto, Israel, Irán, Iraq, Afganistán y el norte de la India.
Luego de la muerte de su padre, el rey Darío, en la batalla de Maratón, Jerjes estaba decidido a reducir a Grecia a cenizas. Así que llevó a un ejército de más de doscientos mil hombres para cumplir con la tarea de dominación griega.
Los griegos debían detener a Jerjes a toda costa. Si no, se hubiera perdido un concepto político muy novedoso e interesante que se trabajaba en aquellos entonces en Atenas: la democracia.
“Doscientos mil hombres, imagínense”, dijo brevemente un espartano. Una batalla así debía ser gloriosa, inolvidable, épica. Pasarían a la historia. Así que el rey espartano Leónidas y 300 espartanos fueron marchando junto con siete mil griegos a defender el único paso por donde podía llegar el imponente ejército persa, el paso de Termópilas.
Al toparse un ejército con el otro, Jerjes ordenó a sus tropas esperar porque no podía creer que una fuerza tan insignificante se opusiera ante él. Al quinto día se le agotó la paciencia y le exigió al ejército griego entregar las armas, Leónidas le contestó: ¡Ven a buscarlas!
La batalla de las Termópilas había empezado, no sería el tranquilo paseo que Jerjes había imaginado…
Ni los espartanos ni el resto de los griegos eran ingenuos. Una fuerza de siete mil hombres no podría vencer a todo el ejército persa, sin embargo, en el paso de las Termópilas se formaba un cuello de botella perfecto para hacer una resistencia sólida aguantando por siete días.
Pero incluso así, serían eventualmente vencidos, puesto que un traidor griego, viendo la posibilidad de hacerse rico rápidamente, cruzó las líneas de batalla y le habló a Jerjes sobre un paso secreto para poder rodear a los espartanos.
Leónidas, para evitar muertes innecesarias, envió a sus casas a las tropas griegas y se quedó en el paso con lo que quedaba de sus 300 espartanos. Les conseguiría tanto tiempo como pudiese para reunir más tropas griegas y vivir para luchar otro día…
Finalmente, luchando como demonios, los espartanos fueron acabados por miles de flechas cayendo sobre ellos.
El valor y el heroísmo desplegado en las Termópilas transmitieron un mensaje de esperanza a todo el pueblo griego. Los 300 espartanos nunca serían olvidados.
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